TOKIO ANTE LA ALARMA: EL APOCALIPSIS ESTA CERCA!

En el borde del final..!? Tal vez, pero no esperar la misericordia..! El anunciador lo había dicho, la humanidad ha tenido suficiente tiempo a disposición, para poner remedio sobre cuánto llegaréis a leer…!!, para remediar de lo bien que lo llegue a leer…!! Dios nos ayuda y salva al salvable…! DE LO SALVABLE, SÓLO AQUEL SERÁ SALVADO..!

 http://www.losaioggi.it/tokio-da-lallarme-lapocalisse-e-vicina-ecco-le-immagini-che-lo-confermano-guarda/
TOKIO ANTE LA ALARMA: EL APOCALIPSIS ESTA CERCA! Aquí están las imágenes que confirman!

Desde el Cielo a la Tierra
A sido dicho, escrito y transmitido: «. El engaño es peor que la traición»
No os engañéis!
Conocemos muy bien al hombre y conocemos mejor a aquellos que están ávidos de poder económico, político y militar. Gregory Rasputín dejó escrito:

«Cada revolución quiere romper las cadenas de esclavitud, pero cuando las cadenas son quebradas, ya están preparadas otras cadenas… «Los tiempos de la cueva no ha cambiado nada y nunca cambiará, porque será siempre el más listo, el más astuto y a menudo el más corrupto a imponerse».

A su tiempo, hemos solicitado la exigencia de una reunión plenaria a la o.N.U., de todos los estados del mundo, nadie excluido. Hubieramos mucho querido la representación activa y determinante con todos LOS Jefes de Estado de todos los Pueblos de la Tierra para que cada uno hubiera podido exteriorizar los mismos derechos y deberes en la humana sociedad.
¡En cambio no!

Y todavía Grigory Rasputín dejó escrito:

«Cuando se hable mucho del hombre, será el tiempo en que el hombre se descuidará. Y cuando se hable mucho de bienestar, será el tiempo en que un malestar sutil serpeará entre las gentes.
«Muchos hombres serán destruidos por las pestilencias, muchos hombres serán destruidos de las armas y muchísimo serán destruidos por las áridas palabras, porque cuando los tiempos estén maduros, el hombre será rico en lengua pero pobre en corazón.»
De hecho, hoy es así! Simposios a no acabar, palabras… palabras… palabras y nada mas que palabras mientras los desiertos de la desolación avanzan inexorablemente, obligando cada cosa, incluido el hombre, a perder la valiosa y real belleza de la vida.
La historia a continuación ocurrió aún antes, y nos es narrada por el conocido escritor e investigador Andrew Tomas autor de textos como «No somos los primeros» (editado en 1973) y de «SHAMBHALA, OASIS de luz» (editado en 1982), . . .textos traducidos y conocidos en todo el mundo. Capítulo XII de este último texto, titulado «discursos históricos» (Intervenciones HistóricasCapitulo XII) nos lleva de vuelta a un periodistareportero y comentarista de Radio, PAUL HARVEY conocido en los Estados Unidos en el año 50, descubierto y llevado al conocimiento la opinión pública mundial

DEL CIELO A LA TIERRA
Eugenio Siragusa Nicolosi, octubre de 1988

Ya había sucedido como hemos visto en el pasado, si lo comparamos con la actualidad, de Anunciar de parte de Eugenio que hubiera sido la presencia de un huésped ilustre en la O.N.U., si se hubiera escuchado a la Celeste solicitud de «ponéis las cosas en su justo sitio.»

«La historia no sabríamos bien en donde enmarcarla, tanto en el programa extraterrestre como en la intervención de los Maestros Cósmicos actuando sobre la Tierra, vengan estos de donde vengan y sean quienes sean. Lo importante es el «mensaje» que en su día transmitieron a nivel más alto y representativo; nos estamos refiriendo a una sesión del Consejo de Seguridad de la ONU. Se trata de un relato ligeramente abreviado de un programa transmitido por la American Broadcasting System en vísperas de la Navidad de 1950, basado en una información procedente de Lake Success (Località vicino New York) se produjo un extraño incidente en el curso de una sesión especial del Comité Político de las Naciones Unidas, poco tiempo antes de esta emisión radiofónica.(Por PAUL HARVEY) 

«En el secreto del Consejo de Seguridad, numerosas naciones estaban representadas por sus principales delegados. Los Estados Unidos estaban representados por Mr. Austin y Mr. Dulles. Gran Bretaña, por Jebb y Younger. Vichinski, por la Unión Soviética. Esta inopinada sesión tenia un carácter tan excepcional, que en el perímetro de la Sala Doce, donde se celebraba, las seis vastas hileras de asientos estaban vacías. Al entrar los delegados no se autorizó la presencia de ningún fotógrafo. Algunos miembros del Secretariado estaban sentados tras el cristal de la cabina de transmisiones, que sólo es accesible por una escalera que parte del vestíbulo exterior. Las puertas se cerraron entre las 9 de la mañana y las 19.12 de la tarde. Nadie había podido penetrar en la Sala Doce antes del cierre de las puertas sin presentar sus cartas credenciales o ser debidamente identificado. Nadie había podido entrar después del cierre de las puertas sin ser visto por los guardias del vestíbulo exterior. Estos afirmaron no haber visto a nadie. Sin embargo, apenas se había declarado abierta la sesión, primero en inglés y luego en francés, un hombre de alta estatura se levantó tras el presidente.
El silencio se estableció en torno a la mesa oval, y Sir Benegal Rau, que presidia la sesión, creyó al principio que todos los ojos estaban fijos en él, hasta que recibió un codazo de un secretario. Volviéndose entonces para seguir la dirección de las miradas, encontróse frente al ser extraño que se hallaba de pie detrás de él. Su primera intención fue la de llamar a un guardia. Era una sesión secreta del Comité, lo cual había quedado bien claro en la convocatoria de la misma.
Mr. Rau interpeló al desconocido:
‑¡Eh, señor! ¿Quiere usted justificar su pertenencia a una delegación?
El hombre era delgado, con el rostro enmarcado por una cuidada barba. Calzaba sandalias y vestía una indumentaria oriental que no era desconocida en Lake Success(Località vicino New York). Abrió la boca para hablar y cesó bruscamente el murmullo de la sala. Con una voz dulce y persuasiva que, sin embargo, parecía resonar con fuerza en la estancia pese a la ausencia de micrófonos, dijo:
‑Tengo mucho que decir y juzgar sobre Vds. Voy a desvelar cosas que se han mantenido en secreto desde la creación del mundo, y ustedes conocerán la verdad.
El silencio era tan profundo, que se podia oir la asmática respiración de un asistente a través de la estancia sin ventanas.
‑¿Quién es Vd? ‑le preguntó Mr. Rau.
‑Hay un mal que he visto bajo el sol y que es común a todos los hombres. Han empleado su lengua para engañar. El veneno de las serpientes está en sus labios y no han conocido el camino de la Paz.
«Los que hacen el mal, odian la luz. Limpian el exterior de la copa y del plato, pero en el fondo de si mismos están llenos de deseos de extorsión y de excesos. Debe abatirse el hacha sobre la raiz de tales árboles».
Entonces Vichinski, glacial, interrumpió el discurso, pero la traducción de sus palabras tardó en llegar:
‑La delegación soviética ‑dijo‑ se niega a oir las delirantes palabras de ese incendiario. Esta intervención es, sin duda, un complot cuidadosamente urdido y pobremente ejecutado para presentar a los soviéticos como los agresores en una guerra en la que no tienen arte ni parte. ¿Puede sorprender que el comunismo se oponga en Corea a estos imperialistas?
Y, quitándose nerviosamente las gafas, apuntó con ellas hacia la delegación norteamericana.
El tono de aquel hombre extraño se hizo tajante:
‑Necias e ignorantes cuestiones ‑dijo‑ que engendran la lucha. Si un hombre lucha por ganar el poder, só1o será coronado si se bate legalmente.
‑Pero ‑intervino el presidente‑ no ha abordado Vd. la razón por la cual tiene lugar esta asamblea. ¿Qué tiene Vd. que decir respecto a Corea? ¿Es sobre este punto sobre el que estamos equivocados?
‑Si el hombre bueno, en su casa, hubiese sabido el momento en que iba a ir el ladrón ‑replicó el desconocido‑, habria vigilado y no habría tolerado que fuesen saqueados sus bienes. Pero mientras dormia, su enemigo vino a sembrar la cizaña entre el trigo y luego se marchó.
‑Creo ‑subrayó Mr. Jebb, delegado de Gran Bretaña‑ que lo que más tememos todos es cuál de nosotros será la próxima víctima.
Aquel hombre, siempre de pie, replicó:
‑Cuando un hombre fuerte, armado, guarda su casa, sus bienes están seguros.
Para pedir la palabra, Mr. Austin agitó la banderita que marcaba su lugar. Se le concedió la palabra.
‑En los Estados Unidos ‑recalcó‑ acogemos enemigos en nuestra propia casa. Son los agentes de otra nación que piden nuestra confianza y afirman que se comportan lealmente con nosotros.
El hombre, lleno de suavidad, levantó la mano como para acortar la observación.
‑Ningún hombre puede servir a dos amos ‑dijo‑, pues si ama a uno, odiará al otro, y si estima al primero, despreciará al segundo. Todo reino dividido contra si mismo está condenado a la destrucción.
Mr. Austin dijo:
‑Tienen solo el proyecto de transformar nuestro Gobierno por medios pacíficos… para mejorar nuestro sistema económico…
El visitante interrumpió con cierta impaciencia:
‑Los que están sanos no necesitan al médico, dejad éste para los que están enfermos.
Y volviéndose hacia Mr. Austin y Mr. Dulles, gritó:
‑¡No hay ni un solo hombre justo entre Vds.! «Conozco tus palabras, no tienes ni frío ni calor. Porque dices: soy rico, mis bienes aumentan, no necesito nada, y no sabes que eres un miserable.»
Mr. Rau abandonó su asiento y dijo:
‑Hemos venido aquí para examinar los errores que motivan nuestra inquietud y Vd. ha distribuido su parte a cada uno de nosotros. ¿Qué hemos de hacer? ¿Abandonar nuestros esfuerzos en busca de la paz?
‑Hagan las cosas decentemente y en orden ‑dijo el visitante‑. Aléjense del mal y actúen bien. Busquen la paz, persiganla. Y aumente su fé. La fe ha conquistado reinos, formado la justicia, obteniendo promesas y cerrando la boca de los leones.
‑Hace Vd. aparecer las cosas como infinitamente simples ‑observó Mr. Rau con una pizca de melancolía.
‑Muchos hombres justos han deseado oir lo que Vds. oyen y no lo han oído ‑replicó el extranjero.
Mr. Rau sonrió.
‑No tenemos costumbre de oir la voz de la sabiduría procedente del exterior de nuestros comités.
‑No se olviden Vds. de acoger a los extraños, porque, al hacerlo así, tal vez reciban a ángeles sin saberlo ‑dijo el hombre.
Sir Benegal Rau se dirigió entonces a la asamblea:
‑La reunión no tiene ya objeto ‑concluyó‑, él ha respondido a todas nuestras preguntas. En cuanto a Vd. señor, le damos las gracias... Si pudiera Vd. escribir las cosas que nos ha dicho, si aceptara Vd. exponer tal sabiduria en un libro que todos pudieran leer…
Los ojos del visitante brillaron entonces con una cólera repentina: ‑¡El libro existe! ‑gritó‑. ¡Es la santa Biblia de Vds.!
Se apagó su cólera, y su mirada volvió a encontrar la serenidad, aunque una serenidad velada de tristeza, y marchó hacia la puerta, que se abrió ante él… Nadie, en el exterior, advirtió su partida.»

EL TESTIGO, EL DISCÍPULO, EL MENSAJERO.
EL TESTIGO DE ESTE TIEMPO APOCALÍPTICO
Y DEL PADRE GLORIOSO AMBOS SEDIENTOS DE JUSTICIA.
Filippo Bongiovanni

Publicado en Epiritual, Espiritual, Internacional, Signos, Sociales y globales